Si, por ejemplo, escribimos
"perro", dejémosle ladrar, escarbar y morder el texto, sin
apresurarnos en emperifollarle con adjetivos. Si, por ejemplo, escribimos
"casa", dejemos que el humo de su chimenea ahúme todo el párrafo. Con
demasiada frecuencia acabamos por reconocer que nuestro desatino al adjetivar
solo esconde la mala elección de un sustantivo. Acierta con el sustantivo, y
siéntate a esperar: el "perro" te dirá si se conforma con perrear, o si
además elige ser "inquieto", "amenazante",
"somnoliento", "asilvestrado"...
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