En la obra literaria sólo hay
verdad, por más que esa verdad no se pliegue a los dogmas científicos, morales,
políticos, estéticos...Si no hay verdad en lo que escribimos, se nos muere. Si
no hay verdad en lo que leemos, se nos torna ilegible. Y esa verdad no depende
de que leamos o escribamos sobre una injusticia social o sobre las peripecias
de Dorothy en Oz.
La verdad literaria es interna a
la propia obra, se engendra en ella misma, y eso no la desvincula de nuestra
cotidianeidad, sino al revés: en el orbe literario encontramos llaves que abren
cerraduras de este mundo.
¿Cómo no van a permitirme el
Capitán Garfio, la tía Tula,
don Quijote, el Señor Sommer, Ternardier,
Max Estrella o Bernarda Alba descifrar mejor a mis semejantes, y a mí mismo? ¿Cómo
no columbrar los engranajes del mundo y del ser humano con la lectura de "El Lazarillo de Tormes", "La Fundación", "El Bosque Animado", "La Noche que Llegué al Café
Gijón" o "La Piedra
Lunar"?
La ficción literaria (y toda
literatura es ficción) alumbra las verdades del mundo.
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