Nunca he olvidado mi biblioteca,
allá en unos "80" que nunca fueron como los recuerdo, en el madrileño
barrio de Moratalaz. La sección infantil y juvenil era en la planta baja del
edificio; uno traspasaba la puerta de la entrada y ya estaba allí, sin
transición, tan fácil como lo es, en la infancia, saltar de una realidad a
otra.
Nadie tenía que imponerme
silencio, porque el asombro y la fascinación me dejaban mudo, y pasaba la mano
por el lomo de los libros con miedo a despertarlos. Desde el principio, para
mí, nunca fueron, nunca han sido, cosas.
Biblioteca de Corralejo, 5 de febrero de 2015 |
Recuerdo su olor, su tacto, el
leve crujido de los ejemplares más nuevos al abrirlos. Recuerdo sus títulos:
"¿Aún Quedan Gigantes?", "Tarzán de Goma", "El Libro
de los Gnomos", "La Bruja Novata", "El Último Vampiro"...
Recuerdo a Marina, la bibliotecaria, que me permitía llevarme a casa libros que
no podían prestarse, y leía en voz alta para quien quisiera sentarse a
escucharla, y organizaba teatrillos... Me recuerdo a mí mismo regresando a casa
de noche, sin miedo, abrazado a un libro que aún no había leído o que ya había
leído mil veces, calculando cuántos días podría albergarlo en mi casa antes de
que me impusieran la multa de cinco pesetas.
Recientemente tuve la oportunidad
de participar en un encuentro literario en la Biblioteca de Corralejo, en la
isla de Fuerteventura. El mismo aliento mágico de los libros me sopló tras las
orejas, y reconocí en la sonrisa silenciosa de sus bibliotecarias el mismo
latido secreto y fértil de Marina, el mismo amor. Gracias.
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