domingo, 8 de febrero de 2015

Leer gracias a la tele

(Mark Hall, 1983)

Hoy he rescatado mi edición de "El viento en los Sauces", el mismo ejemplar ilustrado de la colección Laurín (ed. Anaya, 1984) que leí y releí con fascinación durante mi infancia. El descubrimiento de este relato extraordinario dejó en mí el recuerdo imborrable del "señor Sapo": ¿cómo olvidarse de ese caprichoso e inquieto batracio, maniático de los coches?

Sin embargo, mi primer encuentro con el "señor Sapo" y sus amigos no aconteció entre las páginas de mi libro, sino en la pequeña pantalla. Fue cierta mañana de algún período vacacional, cuando junto a mis hermanos compartí las aventuras de esos animales llenos de humanidad, a la orilla de un río. Nada sabía hasta entonces de la obra de Kenneth Grahame. Fue la belleza y la melancolía de la película, y su hermosísima factura (estaba realizada con muñecos animados), lo que despertó en mí el deseo de leer el relato escrito, si es que existía. No sería el último caso en que la televisión me descubriría libros y autores imprescindibles.

Hoy, como en aquellos años, hay quien insiste en confrontar el goce de la lectura con el disfrute de las nuevas  tecnologías, considerando que debe escogerse entre un supuesto bando u otro. Tal vez sería más enriquecedor aprender a valorar lo que la caja tonta puede tener de lista.

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