(Mark Hall, 1983) |
Hoy he rescatado mi edición de "El viento en los
Sauces", el mismo ejemplar ilustrado de la colección Laurín (ed. Anaya,
1984) que leí y releí con fascinación durante mi infancia. El descubrimiento de
este relato extraordinario dejó en mí el recuerdo imborrable del "señor
Sapo": ¿cómo olvidarse de ese caprichoso e inquieto batracio, maniático de
los coches?
Sin embargo, mi primer encuentro con el "señor
Sapo" y sus amigos no aconteció entre las páginas de mi libro, sino en la
pequeña pantalla. Fue cierta mañana de algún período vacacional, cuando junto a
mis hermanos compartí las aventuras de esos animales llenos de humanidad, a la
orilla de un río. Nada sabía hasta entonces de la obra de Kenneth Grahame. Fue
la belleza y la melancolía de la película, y su hermosísima factura (estaba
realizada con muñecos animados), lo que despertó en mí el deseo de leer el relato
escrito, si es que existía. No sería el último caso en que la televisión me
descubriría libros y autores imprescindibles.
Hoy, como en aquellos años, hay quien insiste en confrontar
el goce de la lectura con el disfrute de las nuevas tecnologías, considerando que debe escogerse
entre un supuesto bando u otro. Tal vez sería más enriquecedor aprender a
valorar lo que la caja tonta puede tener de lista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario