martes, 3 de febrero de 2015

La voz

La voz establece la relación del escritor con el texto. Cuando adoptamos la voz de un narrador neutral, ajeno al relato, o la de uno o varios narradores partícipes en lo narrado (siquiera de forma tangencial), demarcamos las dimensiones del texto. Decantarnos por una voz subjetiva, impone a la obra una tridimensionalidad que podría multiplicarse al infinito (en un juego de espejos, si recurrimos a distintas voces que se repliquen, se complementen o se contradigan entre sí). Valga como ejemplo "La Piedra Lunar", de W. Collins, o "La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey", de Mary Ann Schafer.
La voz subjetiva, por lo demás, sumerge al texto en un continuum psicológico que dota al escritor de un sin fin de recursos estilísticos, narrativos, temporales...cada uno de los cuales merece su propio NOCTAMBULARIO. Así en el "Lazarillo de Tormes", "Robinson Crusoe" de D. Defoe, o "Escupiré Sobre Vuestra Tumba", de V. B. Vian.
La opción de una voz neutral abre una distancia entre el autor y el texto, que le confiere a lo escrito una aparente objetividad. La omnisciencia del narrador le otorga la facultad de sobrevolar el relato, posándose sobre este o aquel personaje, este o aquel lugar, este o aquel instante, y cede (aunque sólo sea de forma artificial) toda la relevancia al relato, en tanto que el autor esconde sus manos de tahúr, como un geniecillo que se divierte fingiendo su asombro ante los espejismos que él mismo ha generado.

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