miércoles, 4 de febrero de 2015

El palacio de cristal: la estructura


Desde el comienzo hemos insistido en que la escritura es sólo el primer momento de la literatura. La creación literaria, como tal, surge en la vuelta reflexiva sobre lo escrito. Ningún otro aspecto lo muestra mejor que la estructura.
La sangría de palabras que vertimos sobre el papel al escribir es puro devenir, puro río, pura facundia del espíritu licuada en tinta. La estructura debe canalizar todo eso para que el texto no quede en charco. Y por más que pudiera pensarse que aquella obra que aspire a remedar el lenguaje oral puede prescindir de la estructura, es precisamente ese empeño el que requerirá una estructura más compleja y más trabajada.
La estructuración del texto (ya sea narrativo, descriptivo, poético...), lo mismo que la disposición de los músicos sobre el escenario, garantiza que cada instrumento intervenga cuando y como debe.
El andamiaje estructural no avoca, en modo alguno, a una obra orgánica, lineal o cerrada: un texto aparentemente discursivo, como ya hemos señalado, o una obra fragmentaria, no pueden prescindir de la estructura.
Sería un error aseverar que la estructura habrá de encorsetar la obra, o empalarla para mantenerla erguida. La estructura debe sostener la obra sin llamar la atención sobre sí misma, como un palacio de cristal.

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